miércoles, 14 de octubre de 2020

ACTIVIDAD 5: SOBRE LOS PELIGROS DE LA TOLERANCIA


La tolerancia es en sí mismo un concepto carente de sentido, y solo puede cobrar algo de significado cuando es atravesado o envuelto por otras ideas, como la de intolerancia, que es de hecho la más importante de todas ellasPor lo tanto podemos definir la tolerancia como la intolerancia de la intolerancia; dicho de otra forma, la tolerancia es en esencia la negación de la intolerancia. Para entender esta paradoja algo mejor, podemos establecer una similitud con la equivalencia algebraica de – x – = +, o con la tan conocida construcción sintáctica “los amigos de mis enemigos son mis enemigos”.

La tolerancia no es en ningún caso una virtud en sí misma, al igual que ocurre con otros conceptos como el de sinceridad, solidaridad o coherencia. De hecho, ninguno de ellos posee un valor universal capaz de funcionar en abstracto; más bien son funciones que deben concretarse según ciertos parámetros éticos y morales bastante bien delineados dentro de la sociedad en la que operan. La solidaridad de Robin Hood era loable sólo para aquellos que se beneficiaban de ella; la violencia de una banda terrorista no tiene para la sociedad ningún sentido o justificación, pese a que la coherencia ideológica sea el valor más elevado de tal empresa. Con la sinceridad ocurre lo mismo; ser sincero es una virtud únicamente en función de aquello sobre lo que nos sinceramos y preferiblemente si tenemos en cuenta ante quien nos sinceramos. De lo contrario nuestra estimada sinceridad puede llegar a ser bastante dañina para la persona hacia la que va dirigida y como consecuencia puede convertirse en una importante fuente de conflicto social.

Volviendo al concepto de tolerancia, podemos decir que su función es aleo-relativa y no reflexiva, es decir, no se da con uno mismo sino con respecto a algo o alguien extrínseco. Todo va a depender de qué o a quién toleremos. De esta forma estimamos como algo virtuoso el ser tolerante con el tolerante, pero consideramos deleznable adquirir una postura tolerante con el que es intolerante. Además, la tolerancia necesita de cierta anticipación, e incluso del conocimiento de que ciertos comportamientos pueden provocar una situación que no ha de ser tolerada. Es la tolerancia por tanto un estado permanente de alerta hacia la manifestación de ciertos rasgos de intolerancia y por lo tanto ni siquiera la tolerancia se tiene como objeto así misma, porque su centro referencial vuelve a ser de nuevo la intolerancia.

Así pues la tolerancia como arma contra el mal supone un nuevo conflicto filosófico, y aquí nos vemos obligados a hacer referencia a la tesis Santo Tomás, y decir que el mal puede ser un bien en función de otros males. Dicho de otra forma, un mal puede ser considerado bueno entre otros males si es en esencia el menor de todos ellos; es lo que denominamos comúnmente como un “mal menor”. La tolerancia es por tanto la posibilidad de retirar la influencia causal y maligna que alguien tiene sobre mí o la capacidad de frenar al otro para así evitar un mal mayor.

Por todo ello podemos afirmar que la tolerancia resulta del conflicto de intolerancias y que es además un concepto asimétrico en tanto en cuanto un individuo solo puede ser tolerante con algo en la medida en que ese algo puede ser suprimido de su vida, es decir, en función de lo prescindible que sea el propio objeto de tolerancia. De hecho, si ese algo no se puede suprimir, no hay lugar para la tolerancia puesto que no hay alternativa posible. Es por ello que para Goethe la tolerancia es sinónimo de agravio, ya que no puedo tolerar cuando no tengo posibilidad o capacidad de exigir lo contrario. De esta forma, podemos decir que la idea de tolerancia no surge como una virtud (como se cree a partir del XIX), sino más bien como el resultado casi mecánico de resistencias ante la opresión de la intolerancia.

La tolerancia tiene además una función aleo-relativa y no reflexiva; no se da con uno mismo sino con respecto a otros, es decir, entre dos o más agentes operatorios. Es por ello que en un plano institucional nos referimos al sentido de tolerancia dentro del marco social que delimita un estado confesional como el nuestro. La iglesia católica, por ejemplo, es la religión oficial y sin embargo se tolera el culto de otras religiones. La tolerancia no es por tanto opcional ya que el propio estado garantiza la libertad de credo y por ende la práctica de costumbres asociadas a él. Por lo tanto la intolerancia hacia el que profesa otra religión es insustancial e innecesaria en tanto en cuanto esta se diluye dentro del marco legal de nuestro sistema democrático que la autoriza.

En un plano más individual la tolerancia se manifiesta de forma pasiva como la indiferencia ante lo que representa el otro, y de forma activa cuando se manifiesta como condescendencia ante actitudes o comportamientos que consideramos inferiores. De hecho, la intolerancia es usada como excusa para manifestar cuán tolerantes somos, para de esta forma auto-posicionarnos en un nivel moral más elevado y que nuestra supuesta tolerancia juzgue la intolerancia del otro, convirtiéndonos automáticamente en unos intolerantes de manual, puesto que no aceptamos que el otro carezca de esa virtud que nosotros afortunadamente sí poseemos.

En términos de educación, la tolerancia pasiva es vista como enemiga puesto que se traduce en una cierta indiferencia, e incluso apatía, ante la recepción y asimilación de nuevos conocimientos, algo que por otra parte imposibilita en gran medida el propio proceso educativo y por tanto malogra el fin último de la educación o al menos no deja que se desarrolle en todo su esplendor. Por otra parte, la tolerancia activa obliga a cuestionar, rebatir y refutar no solo al educador, sino también al propio educando; se produce un cuestionamiento intrínseco de lo que no se sabe o hasta qué punto se sabe algo. Es por ello que la intolerancia ante el propio desconocimiento pone en funcionamiento todos los mecanismos necesarios para la adquisición de ese conocimiento.

A un nivel menos jerárquico y abstracto la tolerancia activa obliga al educando a tomar en serio al que se sienta a su lado y abrir así la posibilidad de refutarle, o simplemente de ejercer su libertad ablativa ante una agresión, algo que acaba por norma general con una ruptura automática en el proceso de dialogo y por tanto también del clima de respeto en el aula, que es por norma general una muestra más de intolerancia, si lo consideremos fruto de la más absoluta indiferencia hacia las ideas del otro. Por lo tanto no existe la tolerancia como virtud educativa dentro del marco democrático, puesto que esta acaba de forma irremediable en intolerancia; al igual que la tolerancia del educador o del educando, así como la actitud tolerante de ambos ante el propio objeto del aprendizaje, son en esencia muestras de una intolerancia manifiesta ante los principios y fines de la propia educación. 

 

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